lunes, octubre 18, 2004

El secreto de la felicidad

plateado sobre plateado

-¿Tú papá inventó “El secreto de la felicidad”?
- No. Mi papá no sabía que lo había inventado. Mi viejo era un tipo un poco especialón. Su familia venía de Holanda, era un ricachón, muy educado, al que le costaba mucho expresar sus emociones. Pero cuando lo hacía era muy fuerte: lloraba, cantaba, te abrazaba, era un divino. El resto del tiempo podía llegar a tener un malhumor imbancable. Yo empecé a observar que cada vez que tomaba su trago de menta mi papá se ponía espléndido. Entonces, mis primeras borracheras fueron por comprobar los efectos de ese líquido verde que había en el bar de mi casa. Era uno de esos muebles tipo de iluminación que hacia brillar las botellas. La menta parecía kriptonita. Un líquido maravilloso.
-¿Cuántos años tenías?
-Siete u ocho. Un día decidí quedarme en el porche y espiar a mi papá para ver exactamente cómo preparaba su maravilloso trago. Y descubrí la fórmula: menta, agua de la canilla y dos hielos.
-Ese era el sabor de tu mejor papá
-Por eso le dije a Alejandra que teníamos que patentar el trago. ¿Pero qué íbamos a patentar? La menta era de la fábrica Bols y comprar la fábrica no podía. El agua era de la canilla y los hielos, finalmente, también. Entonces fuimos al shopping, compramos instrumentos de medición y comenzamos a preparar el trago. Lo que íbamos a patentar era la cantidad exacta de cada cosa. Justo cuando estábamos midiendo los hielos llegaron los del loquero que mandó mi mamá. Entraron, me pegaron unas piñas, me aplicaron por la fuerza una inyección y, mientras luchaba como descosido contra esos tipos, miraba cómo dentro del vaso se derretían los hielos. Lo único que después se pudo medir es la cantidad de líquido que quedó en el vaso.

(Charly García a Claudia Acuña para la revista Rolling Stone de junio de 1999)